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martes, 8 de marzo de 2022

4 Cuentos de Yare Ávila ( Un Insomnio en Yucatán)✅

4 Cuentos de Yare Ávila ( Un Insomnio en Yucatán)


Escritora Yare Ávila (México) 







                                                    Vigilia                                                             

 

 


 

"El insomnio es el décimo círculo del infierno…”

Mauricio Montiel

 

 


 

Te incitaré a que te quedes atorado por más tiempo en esta vigilia, estoy haciendo un gran trabajo. Gracias a mí iniciaste el primer capítulo de tu novela.


 Vamos, vamos, toma otro café, no permitas que el cretino sopor aparezca y te atrape con ese delirio llamado sueño y me prive de manipularte; hasta ocasionar en tus ojos la rotura de los vasos sanguíneos, y moscas inexistentes sacudan tu cráneo llevándote al desquicio.


 Ya es tiempo, levántate y comienza con tus soliloquios mientras deambulas por la habitación.


Debo tomar otra vez el control. Sólo yo puedo aflorar tu creatividad, soy el motivo de tus logros, quien te da el impulso para que tus dedos continúen golpeando las teclas del ordenador y puedas reflejar todos tus miedos.


Podría ser esta la última vez que soy el dueño de tus noches.


Aquí viene tu primer bostezo, me niego a desaparecer.


Foto Archivo EP




Desquicio

 

 




Media noche ya es, ¡pobre hombre!, no deseo poner en pausa su agonía, pero necesito reposar y embriagarme del silencio de la luna. Tocaré a la puerta esperando una bienvenida, ruego a la noche que me escuche.


¡Ya era hora! El hombre de alma moribunda me dio acceso, por fin abrió de par en par la puerta mientras profiere una palabra: ¿Leonora?


Está atónito y dudando, su sangre se intoxica de fanáticos terrores.


El eco y la oscuridad atraviesan la habitación, me sumergiré en ella; reposaré en el busto del dintel. Esas cortinas de tonos escarlata crean un ambiente propicio de melancolía y puedo percibir su angustia. Él me teme, a pesar de yo estar inmóvil y sin emitir sonido alguno. Sus paranoias crecen.


Me agrede llamándome hórrido cuervo vetusto, ¿quién se cree que es?, sólo soy un ser que desea descansar en paz; sin embargo, me sigue incitando, es tan agotador:


-¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!


-¡Nunca más!


Esta sorprendido de que un ave tan desgarbada se pueda expresar con claridad. Permaneceré inmóvil.


Sigue vociferando sobre los abandonos y la falta de esperanza. ¡Qué ser tan patético! Lo voy a seguir molestando: ¡Nunca más!


No entiende nada, el aire se está tornando más denso, él se sienta frente a mí, me mira a los ojos piensa que soy un ser fantasmal, una cosa diabólica, ¡qué risa! Me intenta descifrar, pero sólo se frustra. Sigue repitiendo el nombre de Leonora. ¿Quién demonios es ella?


Por cada imploración diré: ¡Nunca más!, hasta el cansancio, hasta que se revuelque por la alfombra, se jale los cabellos y se azote la cabeza.


Él piensa que me quedaré aquí por todas las eternidades, que lo siga creyendo el infeliz que le teme hasta a mi sombra.


¡Vaya tipo tan raro!, ya estaba fuera de sí desde antes de mi llegada.


Soy su maldición. 


Foto Archivo EP





Bertha


 





El resplandor augusto de la luna, surca los laberintos del caserón. Soy el que recorre los eternos pasillos, por fin me preparo para recibir a otro inquilino después del ir y venir de las estaciones.


Escucho a los hombres de la mudanza nombrarla Bertha.


Soy el que aguarda en el sótano con mansedumbre hasta que ella sienta cómoda su estancia, y una vez que esto suceda, intentaré controlar lo más arcano de la mente de la mujer; pero no será fácil, Bertha es astuta. Poco le importan las catástrofes que desencadena en la periferia.


El tiempo transcurre. Soy el morador que tiene que soportar sus cánticos desafinados y recurrentes, con las mismas viejas canciones; de vez en cuando las aves se azotan contra las ventanas como un reclamo para que ella se calle, y me siento inútil al verla con su cara de mustia mientras duerme en la silla mecedora.


Soy el que se hace presente con constancia aventando platos que Bertha tiene sobre la alacena de la cocina; sin embargo, ella nunca se inmuta.


Transcurren semanas, las manifestaciones espectrales  se vuelven insistentes en la casa, pero Bertha parece incluso más feliz con compañía.


Continúan los ruidos: pasos en las habitaciones, susurros y ollas chocando entre sí. Bertha empieza a hablar de su infancia, como si supiera que soy el otro inquilino que está aquí escuchándola; pero pierdo la paciencia. Uso las estrategias más enérgicas que tengo para espantar a cualquier mortal. Bertha sigue parlando y no logro escapar de los secretos que me platica y que se internan en las paredes, ellas también quieren huir; pero el eco persigue, acorrala, tumba.


Cada día que pasa es una expiación, se escuchan las mismas historias de infortunio. Bertha platica demasiado. Soy el que observa sus labios y siente pausas en el tiempo y gotas de saliva esparciéndose por el aire, causándome repugnancia.


Los hedores emanan de la basura, el olor se adhiere a todo lo que encuentra, incluso a los pensamientos. La convivencia entre la vida y la muerte se torna inflexible. Soy el que solloza por su cautiverio.


Pasan los años, me resigno, no tengo voluntad. Me siento más muerto que antes.


Una mañana Bertha ya no despertó. Su escasa familia le hace un funeral sencillo.


La casa respira otra vez, florece.


El reloj de pared suena insistente y el resplandor augusto de la luna, surca los laberintos del caserón. Soy el que recorre los eternos pasillos y se inmuta al ver que otro espectro viene de frente a mí: Bertha.



Foto Archivo EP






Las sombras tienen mucho más que contar

 

 


"Al final, todos morimos, y realmente nada importa…"

Richard Ramírez

 

 


 

Presencié el primero de sus crímenes antes de concluir mi servicio en el hospital cuando él hacía una de las rondas nocturnas. Por accidente lo vi estrujar una almohada sobre el rostro de un paciente en deterioro, que se agitaba como un molusco sobre la tabla de picar.


El homicida se mantuvo endeble, con esa bata médica tan pulcra y con la cámara encendida inmortalizando su verdadera naturaleza. No sé si fue el olor que despedían los cuerpos en transpiración, las gasas sucias que camuflaban el olor a productos químicos o aquellas habitaciones con paredes húmedas, pero en aquel momento tuve una revelación: deseaba estar en su lugar. Pude poner como pretexto que haría detonar toda la violencia que mi padrastro ejerció alguna vez sobre mí, o tal vez, pretender ser el protagonista de una de las tantas series policiacas con las que se obsesionaban él y mi madre mientras desatendían a sus hijos pequeños; pero la verdad es que sólo deseaba hacerlo, así, sin un motivo relevante. Las noches que me tocaba hacer guardia en la clínica, era como ir cine y mirar el mejor de los filmes.  El arte en toda su esencia.


Tuve acceso a lo más turbio del internet con la esperanza de reconocer su video entre todas las maravillas que compartían aquellos amantes del homicidio; pero no hallé nada.


La segunda vez que lo vi en acción, fue cuando asesinó al enfermo de la cama siete. Supo qué administrarle por vía intravenosa para que nadie sospechara los motivos reales de su fallecimiento. El primer plano que realzaba sus muecas debido a la asfixia, fue magistral.


La lente y yo fuimos los únicos testigos viendo morir a personas sin esperanza. Fue muy astuto al elegir a sus víctimas.


Al fin pude encontrar su seudónimo en el portal y al mirar esas cintas y recordar lo vivido, el subidón de dopamina se manifestó y poco a poco se tornó en una adicción.


Después de ser observador de muchos de sus asesinatos sentí que ya era tiempo de vivirlo más de cerca para poder saborear de los moribundos esos ojos vacíos y el roce de sus pieles violáceas mientras convulsionan y se muerden las lenguas.


Uno de mis días libres lo dediqué a encontrar una cámara de visión nocturna que fuese mi cómplice. Me imaginaba la cara de sorpresa que él iba a tener al ver un nuevo asesinato en video, en su propia cuenta de la red, pero sin ser el protagonista. Estaba decidido a ser su sombra, a meterme en sus entrañas y convertir sus actos en los míos; pero siempre se adelantaba.


Me alimenté de frustración, llegué a pensar que él se sabía observado y se burlaba de mí.  La rabia y la subestimación me arrastraron al límite. Era el momento de cambiar la posición de los reflectores.  


De acuerdo a la sucesión de números impares en las camas es como él iba eligiendo a los mártires, por lo tanto esta vez pude anticiparme. La primera ocasión que le arrebaté la vida a un hombre fue mi verdadero nacimiento. La rigidez post mortem de aquel cuerpo causada por la parálisis del diafragma y los músculos torácicos, era digna de convertirse en la pieza de exhibición en un museo.


Cada crimen que cometí era tan minucioso que hasta el detective con más pericia estaría harto de no encontrar pistas.


Fui elogiado por los seguidores de aquellos sitios clandestinos, mis videos opacaban a los que aquel médico había subido con anterioridad pues estaban llenos de mayor rudeza y explicites. Ahora el crédito era mutuo y yo haría hasta lo imposible por suplantarlo y que reconociera mi supremacía.


La policía era astuta; pero hice un trabajo soberbio y nadie sospechó de mí, incluso yendo ante las autoridades y declarándome culpable para que el mundo aplaudiera mi talento. Dijeron que no había evidencia sustancial, para ellos todo parecía tener una respuesta. Era increíble que siendo creativo para diseñar homicidios tan profesionales y  estéticos, no pude prever que mi ansia por figurar iba a hundirme.


Mi insistencia agotó la poca tolerancia que tenían los del juzgado. Los mismos jefes de la policía ya estaban hartos de mi insistencia. No entendían cómo es que alguien estaba tan impaciente por ir  a juicio.


Aún no hallaba la manera de imputarme las muertes anteriores. Mi protagonismo estaba siendo  opacado y era el único responsable.


Las burlas se hicieron presentes: de ser el mejor homicida de todos los tiempos me convertí en el patiño de la burocracia policial.


Caí en un abismo de humillación y melancolía. Ya ni siquiera matar me entusiasmaba; aun haciéndolo de nuevo y mostrando mi rostro, las muertes anteriores quedarían archivadas.


Quizás la perfección de aquel mediquillo consistió en hacerme creer que era un ser impecable, y en mi descuido, dejar cabos sueltos para que él posteriormente pudiera ser capturado. Se debió estar riendo a carcajadas de mi estupidez. 









Yare Ávila

Nació en Mérida, Yucatán, México.

Estudio escritura creativa en la Escuela de Escritores Leopoldo Peniche Vallado.

Pertenece al Centro Yucateco de Escritores (CYE), y a varios talleres literarios.

Se ha presentado en la FILEY en diversas ocasiones y ha participado en lecturas literarias.

Publicó con la Editorial El gato bajo la lluvia: Cuentos de horror y suspenso, Trayectos, Antología El guante blanco, Hilos pegajosos.  

Ediciones letras en rebeldía: Entre juegos y garabatos (Vol. 2).

Acequia Casa Editorial: Brotes.

Fue incluida en la antología: Homenaje a la literatura contemporánea 2021.

Varios de sus cuentos están incluidos en el libro: Antología de aventuras y una que otra muerte, ganador del concurso del Fondo de Ediciones y Coediciones Literarias del Ayuntamiento de Mérida (2020).

Fue una de las seleccionadas del concurso literario Textos enajenados y otras digresiones.

También ha participado en revistas literarias.


 

   

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