Los Amores Negados de Amelia Bartozzi✅
Amelia Bartozzi. Argentina 2022. Foto Archivo |
El tocado de novia
Foto Archivo EP |
Era una noche de verano con luna llena y
el firmamento, en todo su esplendor de estrellas, parecía estar celebrando la
felicidad de aquella velada. La fiesta estaba en su mejor momento. Seguramente,
los dioses envidiaban el glamour y el
brillo de los presentes a la boda: damas ataviadas con trajes de noche, gasas,
sedas y lentejuelas por doquier;
caballeros de etiqueta: frac o levita obligatorio. Mi novio Gustavo y yo éramos
casi dos intrusos en aquella boda tan despampanante, donde se despilfarraba
tanto lujo -ya casi agresivo a la vista. Pero la novia, Silvana, era mi mejor
amiga, crecimos juntas, así que yo no iba a perderme aquel momento de su vida,
ni siquiera por el novio, al que no tragaba. Para mí era un cheto inservible, patético y soberbio. Pero…
Si a ella le gustaba… si lo quería… No entendía qué le había visto.
El vestido de novia de Silvana nos deja a
todos boquiabiertos. Es soñado; hecho en tul y gasa, bordado a mano con hilos
de oro y brillantes, y un tocado de flores naturales que deja al descubierto
sus rizos dorados. Es la novia más bella que vi en mi vida. Y se la ve radiante
de felicidad.
El jardín de la mansión es espectacular.
Una verja de hierro en la entrada conduce a un túnel formado por árboles altos
y oscuros. Esta noche todo el parque está iluminado con faroles de colores; en
el medio hay una gran fuente de mármol blanco, también iluminada. Los jazmines
y los rosales perfuman el aire. Todo es de una belleza apabullante.
La música y el bullicio de la fiesta tapan
la tragedia que está a punto de desatarse, lo que nadie espera. Los invitados
beben champagne; mi hermano baila con Anita, el amor de su vida; yo bailo con
Gustavo, que se deshace en movimientos extravagantes, no sé si sensuales o cómicos. Todos nos movemos
frenéticos al ritmo de “Call me” de
Spagna. Los flecos de mi vestido negro estilo años veinte, se mueven de un lado
a otro, Una anciana apergaminada y enjoyada hasta los dientes, nos contempla
encantada.
Foto Archivo EP |
De pronto se oye un estampido. Todos
miramos hacia arriba; pensamos que son fuegos artificiales, buscamos con la
mirada, pero no vemos el cielo iluminado de fogonazos. Yo dejo de bailar. Tengo
un mal presentimiento.
-Gus, pasó algo –le digo, con un nudo en
la garganta-. Eso fue un tiro.
-¿Estás loca? ¿Qué decís? Habrán sido los pibes tirando cuetes –me contesta, muy tranquilo.
Pero algo en mi interior me dice que no es
así. Busco a mi hermano con la mirada,
lo veo charlando con un amigo y respiro aliviada. No me da tiempo a relajarme,
Silvana viene hacia mí y me pregunta por su flamante marido.
-¿Ame, lo viste a Marcelo? –me interroga
nerviosa. Tiene las facciones alteradas.
-No. Hace rato que no lo veo. Pensé que
estaban juntos. Debe andar por ahí, charlando con los invitados –le digo, sin
mucho convencimiento-. Tené en cuenta
que esta mansión es inmensa, y ni hablar del parque, te perdés –agrego para
tranquilizarla.
-Sí, seguro –dice cabizbaja-. Pero, ¿oíste
eso? Me pareció un tiro –agrega, confundida.
La veo alejarse, turbada, pálida. “No
puedo dejarla ir así, en ese estado”, pienso. Yo también presiento que algo
pasa.
Foto Archivo EP |
-Voy con ella, Gus. Después seguimos –le
digo a mi novio, mientras le hago un gesto de preocupación por mi amiga.
-Bueno, no pasa nada. Debe estarse tirando
las últimas cañitas al aire –dice riéndose con una sonrisita estúpida.
A mí no me hace ninguna gracia su broma; y
menos a Silvana, que se da vuelta y lo miró con una cara… Está cada vez más
nerviosa. La ansiedad la está matando.
La novia camina rápido, casi la pierdo
entre tanta gente. Cuando por fin la alcanzo, veo que está mirando hacia un
punto a lo lejos. “Es él. Lo encontró”, pienso. Ahora lo veo bien. Sí, es él.
Está debajo de un árbol, un poco alejado. Parece que discute con alguien, pero
no alcanzamos a divisar con quién. Silvana empieza a caminar rápido hacia ese
lugar, casi se cae enredada en su larga cola de tul. Se la sostengo con la mano
para que no se tropiece, y la sigo como una autómata; ni sé por qué, pero algo
me dice que debo estar con ella en ese momento, que no la deje sola.
Foto Archivo EP |
Nos vamos acercando. Ya distinguimos a la
persona que está junto a él; es Elizabeth, la hermana de Silvana, algo menor
que ella. Es muy atractiva; esta noche luce preciosa en su vestido de strapless negro ceñido al cuerpo y con
su cabello azabache que le cae desordenado sobre los hombros. Se los ve como si
estuvieran discutiendo; envueltos en una pelea acalorada… como dos enamorados;
tanto, que ni siquiera se dan cuenta de que nos acercamos.
Foto Archivo EP |
Él la tiene agarrada del brazo, la está
zamarreando. Parece que tratara de quitarle algo de la mano derecha. ¡¡¡Es un
arma!!! Ya nos acercamos corriendo.
Marcelo continúa zamarreándola. Al fin
consigue sacarle el arma.
-¿Qué pasa acá? –grita Silvana, espantada,
casi sin poder creer lo que está viendo.
La luna ilumina su rostro, ahora
desfigurado de dolor y desconcierto.
Ya todo es tensión y silencio. Se podría
cortar el aire con un cuchillo. Corre una brisa fresca, pero no se mueve ni una
hoja. Los dos se quedan petrificados al verla; están pálidos, con el semblante
demudado. Elizabeth baja la cabeza; su rostro devela vergüenza. Cuando
reacciona, trata de huir, pero Silvana la detiene tomándola del brazo.
-Vos no te vas a ningún lado. Nadie se
mueve de acá hasta que me digan lo que está ocurriendo –dice mi amiga, con la
cara desfigurada de angustia.
-No pasa nada, mi amor –balbucea él,
también consternado-. Solo estaba tratando de calmar a tu hermana que está muy
nerviosa por problemas personales; ya la conocés, es exagerada para todo.
Se le nota la desesperación en la mirada y
en su tono de voz.
Y diciendo esto, trata de tomar a Silvana
del brazo y encaminarla hacia la fiesta.
Yo sigo ahí, también tiesa y confundida.
Trato de no pensar lo que estoy pensando, pero es inútil; no puedo.
Silvana se suelta violentamente de las
garras de Marcelo y con la mirada envenenada de ira y dolor, grita:
-¡Dejame! ¡Quiero saber qué pasa! ¿De
verdad piensan que soy tan estúpida? –grita, con cara de desquiciada.
Elizabeth se toma la cara con las manos y
rompe a llorar con desconsuelo. De repente, pronuncia la palabra “perdón”.
Silvana la mira azorada, con los ojos
inyectados en sangre. La veo en estado de shock. “Pobre Silvana”, pienso.
Foto Archivo EP |
Elizabeth se abalanza, llorando, sobre su
hermana y trata de abrazarla, mientras le pide mil veces perdón. Silvana se la
quita de encima de un tirón y los mira a los dos con el rostro deformado de
asco y espanto. Sigue sin poder creer lo que ven sus ojos, lo que su corazón ya
sabe. Se tambalea conmocionada y comienza a hacer un ruido espantoso que nunca
pude olvidar.
Yo la abrazo. Sé que va a caerse si no la sostengo. Es mi amiga. La quiero. A mí también me duele el alma.
-Acá estoy, siempre a tu lado –le digo con
ternura.
Su tocado de novia cae sobre el césped,
húmedo por el rocío de la noche. A lo lejos se escucha “It’s a Heartache” de Bonnie Tyler.
Nunca bailamos
Foto Archivo EP |
Fui muy feliz en mi matrimonio. Nos
conocíamos desde niños y nos habíamos amado siempre. La muerte de mi esposo fue
un duro golpe para mí; no lo esperaba. Así… de un día para otro, me quedé sin
mi compañero, sin el amor de mi vida. Viuda a los cincuenta, después de toda
una vida; inseparables. “La pareja perfecta”, decían todos, y la pregunta de
rigor era siempre la misma: Después de tantos años juntos, ¿cómo hacen para
estar siempre así, enamorados, siempre tomados de la mano, siempre tirándose
besos? En verdad así era… siempre mirándonos a los ojos, siempre cómplices. La
dulzura, la ternura y el respeto mutuo eran cosas que nunca habíamos
descuidado. Pero se fue, me dejó
para siempre; con mis recuerdos, con mi soledad, con mi melancolía. Una noche,
simplemente, no llegó a casa; ya no volví a oír la llave girando en la
cerradura, el chirrido de la puerta que se abre, sus pasos cansados después de
un día de trabajo, su voz llamándome.
El
policía que llamó a la puerta aquella noche aciaga permaneció inmutable,
mientras me informaba que un conductor distraído lo había atropellado; así de
simple, como si nada, como si se tratase de un perro (con perdón de los perros).
A nadie le importó que fuera el hombre de mi vida, a nadie le importó mi
desconsuelo. Hora tras hora, día tras día, me hundía en la tristeza y en la
desolación de la casa.
Foto Archivo EP |
Pero una tarde llegó ella. Juana. Juana,
con su bolsito de jean a cuesta, con su piel manchada y arrugada, con sus ojos
color miel, calmos, serenos. Era muy delgada, casi esquelética; le faltaban
casi todos los dientes y tenía el pelo blanco a pesar de su juventud, tan solo
treinta años. Parecía tan frágil e indefensa; nada más lejos de la realidad: era
una mujer de una fortaleza admirable. Me perdí en la ternura de sus palabras y
en la profundidad de su mirada. Supe de inmediato que ya no buscaría más, que
ella era la elegida. Estoy segura de que Juana sintió lo mismo; esa conexión
que solo se da entre almas que vibran de la misma manera, como si se hubieran
estado buscando, sin saberlo. Charlar con ella era tocar el cielo con las
manos; de su boca solo salían palabras dulces y esperanzadoras. Era una mujer
de luz. Al día siguiente comenzó a trabajar en casa. Yo necesitaba una persona
que se encargara de las tareas domésticas: limpiar, lavar, cocinar, hacer las
compras; yo ya no podía hacerlo, me acababan de operar de la columna y ya no
era la misma; caminar y estar parada se habían convertido en trámites muy
complicados para mí.
Juana no era una mujer cualquiera; se
podía sentir en el aire que era muy
espiritual. Su alma rebosaba bondad y sabiduría. No era bella, pero su sola
presencia, hipnotizaba a quien estuviera a su alrededor, llenaba el ambiente de
una fragancia a rosas.
Foto Archivo EP |
Ocurrió que un día, estando yo en la
cocina, escribiendo, como siempre, la vi acercarse a mí acalorada y muy
preocupada:
-Señora, ¿quién es el señor que está en la
sala?
-¿Qué señor? –pregunté asombrada.
-El que está en la sala, señora.
-No puede ser, ¿vos dejaste entrar a
alguien?
-¡Nooo, señora! ¿Cómo se le ocurre? –como
pude, me levanté de la silla y, tomada del andador y arrastrando los pies, llegué
a la sala, pero no vi a nadie.
-No hay nadie, Juana –le dije,
sorprendida.
-Ahí está, señora. ¿No lo ve? Sentado en
el sillón de pana rojo.
-Juana, ¿qué decís? No hay nadie.
Las dos nos miramos, confundidas y
turbadas, como tratando de entender qué pasaba.
-No estoy loca, señora –dijo acongojada,
casi llorando.
-Yo no dije eso, Juana.
-Ahora está hablando, señora.
La
miré, pasmada. Luego, atónita, dirigí mi mirada hacia el sillón, como tratando
de oír algo. Fue inútil. No escuché nada, ninguna voz, ningún ruido.
-¿Cómo es? ¿Qué dice? –le pregunté, ansiosa,
horrorizándome de mis propias palabras. “Debo estar enloqueciendo”, pensé.
-Bueno… se lo ve triste, muy pálido, con
barba de varios días, tiene el pelo blanco, ojos negros y acuosos, como si
llorara.
Foto Archivo EP |
-¡Aaahhhh! –pegué un grito desgarrador y
me tapé la boca en estado de shock.
-¡Es mi marido! -dije en voz baja,
resoplando y tratando de respirar, sintiendo que me abandonaban las fuerzas.
-¡SEÑORAAAA! –gritó Juana, mientras me
sostenía para que no me cayera.
-Estoy bien, estoy bien. ¿Qué dice, Juana?
-Pregunta si quiere bailar.
-¿Qué?
Foto Archivo EP |
-No le entiendo bien, pero creo que dice
que quiere bailar con usted.
-¡Por Dios! No puede ser…
-¿Qué significa, señora? ¿Usted entiende?
-Nunca bailamos… nunca bailamos. Siempre
le reclamaba eso, que nunca bailamos.
Juana me miraba, boquiabierta, emocionada
hasta las lágrimas, igual que yo.
-Pongo música. Baile, señora. Baile con
él.
-¿Dónde está ahora? No puedo verlo.
-Se está levantando del sillón, ahora se
acerca y le extiende la mano.
-¿Cómo hago, Juana? No lo veo. Casi no
puedo estar parada.
-Yo la ayudo, señora.
Y bailamos un vals…
El
Vuelo
Foto Archivo EP |
Quince
de Julio de 2018. Aeropuerto de Ámsterdam. Con el corazón roto, enojada conmigo
misma, tratando de entender qué había pasado, sujetando las lágrimas que ya
empiezan a brotar, apoyo mi cabeza en el asiento del avión. Quiero morir, no
pensar más. “Todo salió mal. No debí venir”, pienso. “¿Qué pasó? ¿Qué hice
mal?”, me sigo preguntando. Me había quedado aturdida, suspendida en el tiempo.
No entendía nada. No paraba de reconstruir mis encuentros con él, los analizaba
una y otra vez y no llegaba a ninguna conclusión lógica.
Sentía lástima por mí misma. Debía salir
del círculo vicioso que me tenía sumida en ese vacío. Quería conseguir lo que
todos deseamos, encontrarnos a nosotros mismos.
Ahora me encuentro sentada entre dos hombres
-nunca consigo ventanilla-; me siento incómoda y apretujada, pero no digo
nada. A mi izquierda viaja un pibe muy
joven, muy carilindo, casi un adolescente. Parece temeroso. “Debe ser la
primera vez que viaja”, pienso. Se pone los auriculares y, como un desequilibrado,
empieza a tocar todos los botones. Al final se decide por una película; creo
que es Transformers. Nunca me gustó
esa película infernal de ruido de hojalata.
Estoy muy triste. Tengo sueño. Hace días
que no duermo bien. Intento cerrar los ojos y dormir. A mi derecha tengo a un
muchacho morocho, corpulento, con el pelo revuelto y barba de varios días. “Parece
que se peleó con el peine”, pienso. Me sonríe; le devuelvo el saludo. Estira la
mano para saludarme; me resulta raro que quiera presentarse, pero le estrecho
la mano -no quiero parecer una maleducada-. “Facundo, un gusto”, me dice.
“Roxana”, respondo sin muchas ganas de hablar. Al rato me mira fijo y dice: “Te
vi en el aeropuerto”, “¿Ah sí? Yo no te vi”, le digo con indiferencia. “Te
quedaste dormida en un asiento. Se te veía exhausta. No era para menos. ¡Qué
manera de esperar este vuelo! ¡Diez horas!”, me dice. Finalmente, logra captar
mi atención; lo miro sorprendida y le
digo con ironía: “Ah, parece que me estuviste observando un poquito”. No dice
nada. Me sonríe, mientras se coloca los auriculares y se dispone a ver una
película.
Foto Archivo EP |
Me relajo y vuelvo a apoyar la cabeza en
el asiento. Quiero seguir martirizándome con mi tristeza. Pero no me deja.
Parece dispuesto a no dejarme en paz. Se quita los auriculares, me vuelve a
mirar y dice: “Viajamos juntos en el vuelo desde Barcelona, ¿en serio no me
viste?”. “No”, respondo tajante.
Las azafatas comienzan su ir y venir por
los pasillos ofreciendo jugos, gaseosas, bebidas alcohólicas. Espero a que una
se acerque y le pido un whisky doble. Apenas me lo da, me lo bebo de un trago.
Mi problema es que siempre hago todo rápido, casi corriendo, como si me
persiguieran. Incluso cuando bebo un té relajante, me lo trago en un segundo
como si estuviera en una competencia a ver quién se bebe un té relajante más
rápido.
El muchacho de la derecha quiere seguir con la charla. Me dice: “Soy arquitecto. De Salta”. “¡Qué bien!”, contesto, sin mucha euforia. Estoy muerta de sueño y quiero dormir. Se me cierran los ojos. Vuelvo a apoyar la cabeza como para darle a entender que tengo toda la intención de dormir y que ya no quiero hablar más. El salteño parece no darse por aludido y sigue. No me queda otra que hacer como que lo escucho. “Con mi hermano venimos de ver el mundial en Rusia”, dice, y hace un gesto como señalando al hermano que está sentado más atrás. Y sigue hablando: “Después fuimos a Roma y a Barcelona. Queríamos volver a Rusia a ver la final, pero ya me están llamando mis clientes y tengo que volver. Me van a matar; los dejé a todos colgados y desaparecí”, me dice muy tranquilo.
Y agrega: “Todo por ir a ver el mundial”. “Ah, claro”, me escucho decir. “¿Y a mí qué me importa?”, pienso. En realidad no me interesa en absoluto lo que me está diciendo, pero el tipo no se da cuenta -aunque es más que evidente- que yo tengo la cabeza en cualquier lado. En un segundo saca su celular y comienza a mostrarme fotos de rusas sonrientes bebiendo cerveza, vodka, o vaya a saber qué. Todas bellísimas, pero muy similares. “Son hermosísimas”, dice babeándose, y agrega: “¡Mirá ésta! ¡Qué buena que está! ¡Son todas fiesteras!”. Lo miro mal, seria.
“¿Qué me tiene que mostrar a mí -una
desconocida- fotos de las rusas festejando en bares, en la calle o en el
estadio?”, me pregunto. Lo perforo con la mirada. Me doy vuelta y me dispongo a
dormir. Ahora es el chico de la izquierda el que me habla con timidez: “¿De
dónde eres?”, me pregunta, en un español bastante bueno. “De Buenos Aires”, le contesto.
“¿Y vos?”, le pregunto. “Yo soy de Holanda, pero ahora voy a Buenos Aires a
visitar a mi novio”, me dice con voz risueña, y agrega: “Y de ahí nos vamos a
San Juan, a la plantación de su padre”. “¡Qué bien! La vas a pasar genial”, le
digo con una sonrisa.
Foto Archivo EP |
Lo noto afeminado en sus gestos y en su
modo de hablar. No me importa. Amo a los gays.
Son mis mejores amigos. “¡Qué suerte que tiene de tener a alguien que lo ama y que
lo está esperando!”, pienso melancólica. Casi estoy celosa.
“Raro el pibe que tenés al lado”, me dice
el salteño. Me dio bronca que hablara así, como si el joven fuera alguien del
que pudiéramos reírnos juntos.
Lo miré con asco, pero ni se inmutó.
Siguió con su risita de mierda. No le dije nada. Lo hice a propósito. “A lo
mejor así se da cuenta de que ya no lo aguanto más y me deja en paz”, pensé.
Pero no. Seguía. “Ni a mi novia le dije que me iba”, me dice, como si nada. “¡Uuff!
¡Lo que faltaba!, pensé.
Quisiera decir que continué escuchándolo
durante horas, que sonreí y le festejé todas sus anécdotas sobre Rusia y las rusas “fiesteras”,
pero no. Algo se nubló en mi cabeza. Hacía días que prácticamente no pegaba un
ojo. No daba más. Y, además, tenía una depresión galopante.
No
podía creer lo que había ocurrido. Me sentía engañada, estafada, usada; y
completamente desprotegida. Me recriminaba a mí misma el haber sido tan tonta e
ingenua. Había cruzado el océano en busca de algo que no existía. Había ido
detrás de una ilusión, de un sueño. Había dejado a mis hijos con el padre; a
mis hijos adolescentes, que todavía me necesitaban tanto. Había dejado a mi
hermano casi moribundo. Había vendido mi casa para empezar una vida nueva en
otro lugar, con otra persona. Había dejado mi trabajo, y ahora tendría que
empezar de cero. Y, para colmo de males, me habían robado todos los euros en
Barcelona. Las tarjetas de crédito -ahora completamente inservibles- eran todo
lo que me quedaba.
Foto Archivo EP |
¿Cómo pude hacer algo así? Debí estar
loca. Si pudiera volver el tiempo atrás… retroceder y borrar lo equivocado y triste.
Todo por un hombre, un hombre al que
había ido a buscar, al que había amado toda mi vida, desde niña, un hombre que
no me amaba, que nunca me había amado. Fue fácil saberlo, aunque no me lo
dijera. Su indiferencia me lo decía todo. El muy canalla había jugado con mis
sentimientos, me había impulsado a dejarlo todo por él, para luego rechazarme. El
hombre al que yo creía “el amor de mi vida” era un verdadero psicópata. El amor
había destruido mi vida. La había arrasado como un vendaval y ahora solo
quedaban escombros.
Nunca se lo contaría a nadie. Nunca
permitiría que nadie supiera de mi dolor; mucho menos él. Pero hoy sí quería
llorar, quería dormir, quería también emborracharme, pegarle a alguien. Tenía
derecho. Estaba rota y con el corazón en carne viva.
Y ahora este tipo, sentado a mi lado,
estaba empeñado en que también mi viaje de vuelta fuera un infierno -como si hubiese
sido poco todo lo que me había pasado. “¿Será un castigo divino o un
maleficio?”, me pregunté.
Foto Archivo EP |
No me encontraba en el mejor de mis días;
y no tenía más resto para aguantar a este pelotudo, ni a ningún otro en el
mundo. Por eso, cuando se animó a pedirme mi número de celular y me dio a
entender que tenía alguna segunda intención conmigo, lo miré con cara de
desquiciada; aproveché el momento en que
la aeromoza volvió a pasar con su carrito y le pedí un café bien caliente. Me
hice la opa, o la estúpida, o ambas cosas y, fingiendo un accidente, le tiré el
café hirviendo encima de la bragueta.
El salteño pegó un grito, se levantó de un
salto y se dirigió al baño a refrescarse y quitarse la mancha del café. Cuando
volvió, no me dijo nada. Ni siquiera me miró. Yo estaba esperando que lo
hiciera para saltarle a la yugular. “Pobre tipo, no tiene la culpa de que yo
esté trastornada”, pensé después. “No sabe por lo que estoy pasando. No sabe
que estoy devastada. No tiene ni idea de las cosas que pasan por mi mente”, me
lamenté en silencio.
La cosa es que el salteño no volvió a
dirigirme la palabra en todo el vuelo. Finalmente, aliviada, apoyé la cabeza en
el asiento y me dediqué a planificar mi venganza. No podía, ni quería, olvidar.
Mi mente estaba llena de los más oscuros pensamientos.
Algo sobre mí...
Foto Archivo EP |
Me
llamo Amelia Beatriz Bartozzi. Soy traductora literaria y técnico – científica
de inglés; me recibí en el Lenguas Vivas de Capital Federal. También estudié
inglés en Minnesota, USA. Fui secretaria, vendedora, empleada administrativa. Vivo
con mis dos hijos en la localidad de Munro en el partido de Vicente López. En
la actualidad, y desde hace 28 años, me desempeño como docente, profesora de
inglés en el nivel secundario. Me apasiona leer; en el pasado leía mucho en
inglés. Los leí a casi todos los grandes: Shakespeare, Hemingway, Faulkner,
Miller, Dickens, mucha literatura inglesa y también española, muchos escritores
latinoamericanos. Nunca hice talleres literarios, no porque no quisiera, sino
por falta de tiempo; trabajo mucho. Toda mi práctica de escritura se la debo al
traductorado. Escribo por instinto, por pasión y porque no puedo dejar de hacerlo.
Me gusta contar historias, sobre todo, historias de familias, de mujeres.
Escucho y observo mucho a las personas.
Siempre
escribí para mi familia y amigos. Un día comencé a escribir en las redes
sociales y no paré más. En los años 2019, 2020 y 2021 me publicaron cuentos y
relatos en varias revistas digitales nacionales e internacionales como Lado
Berlín, Otras Inquisiciones, Revista Literaria Pluma, El Narratorio, Burak
revista, En el año 2019 la Editorial Dunken eligió y publicó un cuento mío “Volver
a casa” en una antología llamada PUEBLOS Y CAMINOS. Un día, la escritora Alicia
Digón, con toda su generosidad, me invitó a escribir para su revista. Luego me
nombró secretaria de redacción y codirectora de la revista de Arte y Literatura
GUKA; escribí sobre educación, hice algunas entrevistas a escritores. Lo disfruté
mucho y se lo agradezco.
En
el 2020 se publiqué mi primer libro de cuentos y relatos “Amores Negados”. Lo
presenté en forma presencial en Tiempos Modernos, el 14 de marzo de 2020, dos
días antes de que comenzara la cuarentena obligatoria en Argentina. Es un libro
que, como su nombre lo indica, trata de amores que no pudieron ser, de amores
de toda la vida, de amores imposibles, de amores góticos, relatos donde los
protagonistas, muchas veces, muestran su lado más oscuro, historias de
venganzas, traiciones, celos, muerte.
Actualmente,
estoy escribiendo otro libro de cuentos y relatos, una novela y una obra de no
ficción que es una crónica.
Foto Archivo EP |
Amelia Bartozzi. Foto Archivo EP |
Foto Archivo EP |
No hay comentarios.:
Publicar un comentario