Permiso para lo sagrado (o una mirada crítica a La piedra alada de José Watanabe)✅
Por Julio Barco
Hablar de la poesía de José Watanabe es un ejercicio de memoria y de lucidez. Se trata de una poética de tono propio, singular dentro del área de la poesía de su generación (1970) y que todavía hoy nos abre pasajes sobre la realidad y sus conflictos. Watanabe tiene la voz de alguien que fluye en la visión singular y que –simultáneamente– mezcla lo mundano en lo sagrado, tornando su poética una escuela de la inteligencia y la lucidez.
José Watanabe. Foto (Archivo) |
El
libro La piedra alada (2005, Peisa) resulta un buen pretexto para indagar más
en estas propuestas sobre su arte. Un arte insular, anclado en el humor negro,
en la sapiencia, en el refrenamiento y en la singular forma de asumir los temas
eternos: muerte, vida, tiempo. Ya desde el primer poema del libro, titulado La piedra del
río. Encontramos la génesis del conflicto en la obra: los límites del signo.
Watanabe, como en acto de ironía, versa:
(…) Ay
poeta,
otra
vez la tentación
de una inútil metáfora. La
piedra
era piedra
y así se bastaba. No era madre.
Ese “ay poeta”, resulta un guiño muy interesante para comentar la obra de Watanabe: la lógica mental que predomina aquella desnuda pureza del verso. Agregar la voz pensante autocrítica del poeta al poema, le aporta un elemento de sorna, de desmitificación, pero también permite amplificar más el límite sobre el que se recorta, la esencia poética en Watanabe: la observación.
Zhang Hongnian (张红年 ) (Archivo) |
Esa
observación es claramente herencia de la poesía moderna, de aquella mirada
lúcida de los modernos sobre los encantados e ideales del arte. Donde el sueño es
amplio, la derrota es idéntica, en simetría y esencia. Quién mucho observa,
sabe mucho, por ende, comprende y se cuestiona mucho.
La Piedra Alada. Libro, Jose Watanabe |
Watanabe entonces nos avisa que su propia ventana es limitada, es decir, hace una observación dentro de la propia evocación del paisaje, lo que nos dibuja aquel desaliento y humor negro que manifiesta su verso.
José Watanabe. Foto (Archivo EP) |
La
piedra sirve para montar un escenario de historia y cultura. La piedra funciona
de diferentes materiales culturales. Sea la piedra como infancia, o la piedra
como cocina, o la piedra como diálogo con la razón y movimiento de la
Naturaleza. De fondo, y de cerca, todo este bello libro nace de la observación.
El mito nace de ver, pero de aprender a ver.
Patrón sin costuras de Kimono. Montañas Orientales. Foto (Archivo EP) |
La observación en Watanabe permite ver, y ver lo que se piensa de lo observado, dando una simultaneidad bifurcada, donde podemos ver el peso y el movimiento del átomo, por decirlo cuánticamente. Ojo: esta observación deviene de la propia escuela oriental que heredó gracias al padre del poeta, en aquellos días de Laredo, pues el vasallaje de la imagen por encima del pensamiento o la razón, es un tributo a esa propia herencia cultural.
Tsukioka Yoshitoshi (1839-1892). Hatakeyama Shōji Shigetada |
El
mito nace de la observación de la realidad ajustándola al deseo de trascender
el ámbito de lo cotidiano. En ese sentido, Watanabe es un gran pescador del
mito y de lo sagrado en la realidad misma. Lo sagrado no ocurre solo dentro de
una iglesia o en círculos académicos, o bajo rótulos de sapiencia. Lo sagrado
–nos invita a sentir el poeta– pertenece al mundo de lo cotidiano. No necesita,
pues, una gran guerra entre dos países para crear un mito, sino, pues, por
ejemplo, el mismo poema que lleva el título de la obra La piedra alada.
Shirahige shrine at Lake Biwa, Japón 白髭神社 (Archivo) |
Este
poema principia con la mirada de un pelícano –¿guiño al albatros de
Baudelaire?– que se balancea agonizante y cae sobre una piedra, permitiendo a
Watanabe observar la realidad tanto del mineral como de la vida. Su trenzada
oposición que nos muestra como, en oleajes súbitos, la realidad (aquella
Naturaleza que menciona en su primer poema: “la piedra no era impermeable ni dura:/ era el lomo de
una gran madre/ que acechaba camarones en el río”.) como posibilidad de crear
portentos:
“El
pelícano, herido, se alejó del mar
y vino a morir
Sobre
esta breve piedra del desierto.”
José Watanabe. Foto (Archivo) |
Sin
embargo, como suele pasar en la mayoría de poemas de Watanabe, hay un mensaje
camuflado entre los versos que sintetizan la propuesta del mismo. En el poema
La piedra alada nos dice, a modo de cierre, que:
Durante
varios días
el viento marino
batió
inútilmente el ala, batió sin entender
que
podemos imaginar un ave, la más bella,
pero no hacerla volar.
Yamamoto Masao's. Tori. Foto (Archivo) |
Estos pasajes nos abren la otra moneda de la observación: la sabiduría. El mirar lleva a comprender el movimiento, la danza de lo real; la propuesta, por eso, es una mirada que se siente sabia, que observa y piensa, que medita y escribe. Esta idea quizá se consolida más en otro poema, de otra sección del poemario, la parte final titulada Epílogos, y el texto llamado Simeón, el estilita.
En este poema, asistimos a la observación de un ermitaño que, entre otros asuntos, vive entre el cielo y la tierra, en “lo alto de una columna/ de piedra marmórea/que ha tallado/ y plantado en medio del desierto”. Esta escena permite a Watanabe dar otro ajuste de cuentas entre realidad y deseo, donde:
La
sabiduría
consiste
en encontrar el sitio desde el cual hablar.
John Wilhelm. Just Say Om. Foto (Archivo EP) |
Aquí, en un verso perfecto y libre, se puede atomizar más la idea de observar y hablar, que es justamente una decisión pareja y que va de la mano. ¿Para escribir también necesitamos hallar un punto desde el que poder hablar? Es evidente y todavía más frente a las tradiciones que son avasallantes con la libertad creativa.
Wangjie Li. Por amor al arte. (Archivo EP) |
La poesía de Watanabe en La piedra alada es un escenario de intimismo, cotidianeidad y, al mismo tiempo, es una escuela de lo sacro, de la sabiduría, del ardientemente movimiento de ojos que dibujan los versos como postales en movimiento repletos de esencia.
Como poeta, Watanabe podría ser un fotógrafo
sabio de la naturaleza. En su intimidad y velada estética, logra ser diferente
al singular grupo de poetas de su época. Logra una mirada propia, personal y
crítica, sin dejar de lado el humor. El último poema que cierra este volumen se
titula: He dicho, y es un claro ejemplo de la jocosidad que explicamos:
Qué
rico es ir
de
los pensamientos puros a una película pornográfica
y
reír
de santo que vuela y de la carne que suda.
Paisaje. Foto (Archivo) |
Lima, Perú. Junio 2021
José Watanabe. Foto (Archivo) |
Julio Barco
(Lima, Perú, 1991), estudió en la Universidad Nacional Federico Villareal, Lima, Perú. Autor de los libros Me da pena que la gente crezca (Arteidea Editores, 2012), Respirar (La Chimba Editores-2018-Premio Gremio de Escritores), Arquitectura Vastísima (Editora Huachumera-2019-Premio Huauco de Oro), Arder (gramática de los dientes de león) (Editorial Higuerilla-2019), La música de mi cabeza-volumen 7 (Lenguaje Perú -Editores) La novela Semen (música para jóvenes enamorados) (Lenguaje Perú- Editores) Fundo la web lenguajeperu, y el Grupo TAJO. En 2020 público cuatro libros en tiempos de Covid 19: Des(c)ierto (Metaliteratura, Argentina 2020), la re-edición de Semen (Metaliteratura, 2020) y dos volúmenes en Colombia: Sistema Operativo (SO, 2020) y Copiar, cortar, pegar, cargar (Obra Abierta, Colombia, 2020) Actualmente es redactor de Literalgia y Lima Gris y gestor del proyecto cultural Poético Río Hablador. Obtuvo una mención honrosa en el XI concurso Poeta Joven del Perú (2020) con el poemario Semilla Cósmica.
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